Me encuentro
con una separación a mediados del camino entre donde comenzó todo y
mi destino, y ambos parecen iguales, un reflejo de aquello que está
al otro lado de la larga fila de árboles que se abre paso frente a
mí, excepto que el agua que se ve a un lado de ellos parece más
oscuro, más profundo que su gemelo. He tomado mi decisión antes de
siquiera pararme a observar qué más hay a lo largo de cada flanco
que tengo delante: la oscuridad del agua me atrae demasiado como para
detenerme y fijarme en cualquier otra cosa que me rodea.
Y ahora
cada paso que doy es medido, calculado teniendo en cuenta la condena
a la que me someto cada vez que mi pie entra en contacto con el suelo
de nuevo. Me enfrento a una fuerza que trata de echarme hacia atrás
o mantener firmemente en mi posición siempre que tomo el primer
respiro después de decidir en qué dirección será en el que
avanzo. No hay vuelta atrás ni manera de escapar una vez empiezas
por el camino de los malditos, simplemente se sigue hacía delante
hasta encontrarse con aquello que nos espera desde que dejamos la
marca de nuestros zapatos en el sendero que ahora recorremos.
Sólo puedo darte un consejo antes de que empieces a caminar: ten cuidado por dónde pisas.